En los tiempos en los que el arte tenía un componente provocador hoy ya prácticamente perdido, el pincel de Gustave Courbet (1819-1877) era, sin ningún género de duda, uno de los más transgresores. Seguramente, todos tenemos presente El origen del mundo (1866), actualmente expuesto en el Musée d'Orsay. Pero del mismo año, con las mismas ínfulas libertinas de las que a menudo hacía gala cuando pintaba a la mujer, es esta pareja de durmientes.
Le sommeil, a menudo conocido con su título en inglés The sleepers (1866) |
El realismo de Courbet se mantuvo siempre al margen del arte oficial gracias al apoyo de unos cuantos coleccionistas. Sus desnudos poco tenían que ver con las ninfas de pálida desnudez de los academicistas del Salón, ya que incide de forma plena en la sensualidad y belleza real del cuerpo de la mujer. Contrastan dos tonos de piel, dos tipos de peinado, entrelazados con claras reminiscencias lésbicas.
Pintado a petición del diplomático del imperio otomano Khalil Bey (1831-1879), éste adquiriría además otros cuadros, entre los que se encontraban obras maestras como El origen del mundo, antes citada; El baño turco, de Ingres; o El asesinato del obispo de Lieja, de Delacroix. Su adicción al juego le originó enormes deudas que tuvo que subsanar vendiendo su colección de arte en una subasta en París en 1868. El diplomático había dado muestras de tener un gusto exquisito en la adquisición de arte, y pésimas habilidades como jugador.
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Excelente.....todavía no me explico como hacen para pintar esos cuadros tan exquisitos, y con todo ese detalle........
ResponderEliminarLa técnica de Courbet es realmente exquisita, y verlo en directo es impresionante.
EliminarLa verdad es que en vivo este cuadro es impresionante, lo ví en París hace años y es muy sugerente. Pero hay una cosa en la que no estoy de acuerdo contigo, hablas de que el componente provocador del arte está casi extinguido y no lo creo. Las verdaderas obras de arte son provocadores, si no, no habría emoción, ni intensidad, ni arte. Es posible que la provocación de carácter sexual ahora sea más explícita y menos sutil pero hay que buscar nuevas vías.
ResponderEliminarNo, no me refería a la provocación sexual únicamente. Me refiero al arte en general. Y creo que esto ocurre por varios motivos, entre los que la insensibilidad del público es un componente fundamental. Demasiado conmovidos por el aspecto mediático (he visto llorar a gente delante de la Gioconda) y pasar por delante de otros Leonardos sin hacerles el mínimo caso. Es decir, mostraban una emoción ante lo ya conocido pero no había ninguna capacidad de sorpresa ante otra manifestación artística que no estuviera alojada en su memoria. Y no se trata de una anécdota puntual.
EliminarOtro problema es el del artista, que se encuentra con un mundo en el que se han transgredido "todos" los límites. Cuando digo todos, me refiero a los ya conocidos, obviamente. ¿O sabrías mencionar algún caso actual de provocación en el arte que no se refiera al "tema"?
Muchísimas gracias por disentir, Juanan. Coincido contigo en que esta obra en vivo es impresionante. El Petit Palais no tiene una colección tan amplia como otros museos más conocidos, pero tiene obras muy destacables.
Para poder provocar, el artista y el público deben hablar el mismo lenguaje, usar el mismo código. Hoy en día esa comunicación se ha roto: el artista contemporáneo habla en un lenguaje que al público le resulta desconocido y por tanto no hay entendimiento, ni siquiera para escandalizarse.
ResponderEliminarAparte de eso creo que hoy damos por sentado que el artista es un outsider y tendemos a sentirnos menos concernidos por lo que dice en cuanto rebasa su estrecho límite de "lo artístico", sea eso lo que sea.
Es tema de debate, está claro. Definición del hecho artístico, que de tanto extenderse termina por dispersarse... Y el código artístico (aunque tal vez estamos hablando de la misma cosa), que ha dejado de ser un código propiamente dicho, pues no conecta al emisor y al receptor del mensaje artístico.
EliminarBueno, al menos hay que agradecer a la mala fortuna en el juego de Khalil Bey, que este cuadro pasara al público.
ResponderEliminarIgonarante en cuanto a la técnica utilizada por su autor, me parece un cuadro bonito. Saludos!!
¿Quién sabe cuál hubiera sido su paradero final en caso de que la suerte hubiera sonreído al buen diplomático?
EliminarPues me viene a la cabeza una obra de Banksy, "Granja de carne fresca" en la que se postula en contra de la crueldad animal. O una instalación con muy mala leche de Michael Elmgreen, "Muerte de un coleccionista". E incluso los animales diseccionados de Damien Hirst. Todas son obras provocadoras y sin "tema".
ResponderEliminarPerdona, no me supe expresar. Por "tema" no quise ocultar la palabra sexo, sino al hecho de que una obra tenga un tema, es decir, que lo provocativo no era el arte en sí mismo, sino lo referido por él. Pintar un Mahoma invertido, por ejemplo, podría ser muy provocador. Incluso sería mediático, y podría ser un tema de conversación durante cierto tiempo. Pero ningún arte llamaría realmente la atención. La sensación de déjà-vu lo invade todo.
EliminarEn todo caso, las palabras de José Miguel (un par de comentarios más arriba) también meten el dedo en la llaga. El problema del código y también del de definición del "hecho artístico".
gente llorando ante la Gioconda, uf, eso sí que me ha provocado. Reconozco que Courbet, pese a su osadía, siempre me ha dejado un poquito frío. Pero las durmientes son de cuidado.
ResponderEliminarJajaja, y una señora (por cierto española), dándole con un periódico a un Arcimboldo... Eso me provocó aún más. Creo recordar que no andaban muy lejos la una del otro.
EliminarNo conocía esta obra, es de agradecer encontrar "provocadores" en el mejor sentido del término en cualquier época. Gracias por publicarla.
ResponderEliminarProbablemente no se comparten códigos, como dice José Miguel, pero tampoco riesgos. Nos adormece todo tan plano, a lo seguro, a lo que da dinero, a lo rápido. Saludos, Enrique.
Saludos, Esther, y bienvenida.
EliminarEstoy completamente de acuerdo. No es que el arte esté en el mercado (siempre lo ha estado), es que encima se ha acomodado en él.