Laberintos II: Un rompecabezas para la más tierna infancia

Los títeres se confabularon con una excepcional pareja protagonista, David Bowie y Jennifer Connelly, para dar origen a una de las películas felizmente asociadas a mi adolescencia. Lamentablemente, no la vi en el cine, como tenía que haber sido, error táctico subsanado con Cristal Oscuro (1982), por poner otra de Jim Henson.

Lo más llamativo de este laberinto es su carácter vivo, de pasadizos y trampas cambiantes. Un laberinto metamórfico que, por lo tanto, no tiene un camino para su solución. No es la complejidad hecha arte, ya que toda complejidad apunta a una solución. No es el caso. El laberinto se defiende a sí mismo, no quiere ser escudriñado. Y para lograrlo, transforma sus pasadizos; falsifica sus accesos; obstaculiza su recorrido.

Los guionistas apuntaron diversas influencias: la Alicia de Lewis Carroll, El Mago de Oz, la imaginería de Maurice Sendak (Donde viven los monstruos) o las representaciones improbables o imposibles de M.C. Escher.

De todo ello, resaltamos los mundos lógicos-ilógicos de Escher, en tanto que su solución desafía la lógica, o dicho de otra manera, tienen solución(es) aplicando una lógica del caos.

Únicamente les animo a perderse en ellos, mientras la joven Connelly encuentra (o crea) su propia ruta para salir de la laberíntica e irresoluble adolescencia.